martes, 13 de marzo de 2012

Crítica: Leonard Cohen, Old ideas


Lanzamiento: 31-01-2012
Género: Rock, blues
País: Canadá
Discografía: Columbia
Cada canción del primer disco de material nuevo que Leonard Cohen publica en ocho años tiene lugar a altas horas de la madrugada. Los tempos avanzan lentamente como si de auténticas serpientes se tratasen y el sonido está lleno de caricias, variaciones sobre las elegantes pero turbias melodías de cabaret que Cohen una vez llamó el blues europeo. Las voces y la música se extienden en un suspiro, y cada pieza espera, trémula, el amanecer, sin ninguna garantía de que, esta vez, la oscuridad no vaya a ser permanente.



Las primeras palabras del disco pertenecen al propio Dios, que quiere tener una charla con Leonard Cohen, ese “perezoso bastardo que vive en un traje”. Parece que Cohen ha estado muy ocupado intentando escribir sus canciones de amor y sus manuales para convivir con la derrota en lugar de hacer llegar el mensaje de Dios, que es todo para lo que este hombre de 77 años ha sido puesto aquí, y que dice así: es hora de ir a casa, un viaje que haces desnudo y sin cargas ni responsabilidades hacia un lugar mejor que este.
¡Y eso es todo, amigos! Tres minutos y 50 segundos, titulados Going home, resumen la historia que Cohen ha estado contando desde que dejase la poesía por la música en 1967 (con 33 años, después de once siendo el poeta más famoso de Canadá, pensó que el dinero sería mejor). Cuando Cohen llama a este disco Old ideas no sólo quiere decir que son los pensamientos de un septuagenario, sino que él ha estado dándoles vueltas a las mismas cartas durante mucho tiempo: sexo, amor, Dios, y la forma en la que los tres pueden ser barajados para calmar el dolor de la existencia. Un judío que desapareció subiendo a la cima de una montaña para reflexionar sobre las enseñanzas budistas, Cohen ha buscado el éxtasis en cualquier sitio y en todos los sitios donde pudiera encontrarlo –en las oraciones, en el LSD, en los muslos de una mujer– y ha tratado de unir lo espiritual y lo físico desde que provocó las primeras sensaciones con una canción sobre una chica llamada Suzanne, que tocaba tu perfecto cuerpo con su mente.
Dylan soñó que vió a San Agustín. Cohen ha caminado por la tierra intentando ser San Agustín. Nunca ha pretendido que sus confesiones fueran algo que se saliese de lo personal –ahí estaba, en verdad, Suzanne, como en realidad también hubo una Marianne–. Pero con el paso del tiempo, Cohen se ha despojado del ornamento de su lenguaje para convertirlo de personal a universal. Las letras en Old ideas alcanzan el descarnado y austero poder de las oraciones, los himnos y los enigmas religiosos. La música es igual de básica: un teclado o una guitarra que rompe la quietud, una batería que intenta simular el sonido de una caja de ritmos Casio, un coro femenino que ofrece consuelo al débil, un instrumento de cuerda que da la bendición final.
Los títulos de las canciones cuentan la historia: Going home (Yendo a casa), Amen, Darkness (Oscuridad), Crazy to love you (Loco por amarte), Come healing (Que llegue la cura). Con su voz profunda de bajo quebrada tanto por la fragilidad como por la sabiduría de los años, Cohen no para de hablar de las fuerzas del amor y del perdón enfrentadas a las del odio y la oscuridad. Está escrito cuáles serán las que venzan. Pero el significado de todo esto está todavía abierto, disponible para quien quiera intentarlo. En un álbum prácticamente vaciado de imágenes sobresale el momento en el que, hacia el final, Cohen describe la visión de “un banjo roto meciéndose en el oscuro, infestado mar”. Ha sido arrastrado allí por las olas, quizá arrancado del hombro de alguien, quizá de la tumba de alguien. Sonidos de trompas de Nueva Orleans crecen en la distancia, ni lastimeros ni celebrantes. Simplemente están. Como para decir: vida o muerte. Depende de ti. La música continúa.


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